Una lectura superficial del libro de Números-el tercer libro de la Torá-da la impresión de que la Tierra Prometida fue conquistada por un Israel unificado bajo el liderazgo de Josué. Esto en un lapso relativamente corto.

Sin embargo, otras tradiciones- también conservadas en el TaNaKh (las Escrituras Hebreas)- cuentan una historia ligeramente diferente.

En el libro de Jueces, por ejemplo, las tribus no parecen formar una entidad unificada operando en conjunto. Más aún, Jueces enumera veinte ciudades- incluyendo centros clave como Jerusalén- donde los cananeos siguen habitando la tierra supuestamente ya en posesión de Israel.

En 1998, Israel Finkelstein, director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv, pronunció un discurso de apertura en el que procedió a descartar la casi totalidad de las creencias aceptadas, hasta ese momento, acerca del origen del antiguo Israel.

En “La Biblia desenterrada: Una Nueva Visión Arqueológica del Antiguo Israel y de Sus Textos Sagrados, publicado en el 2001, un libro que ha alcanzado gran popularidad, Finkelstein y Neil Silberman, escribieron que

"Los Israelitas emergieron gradualmente como grupo distintivo en Canaán."

Otro erudito israelí, Moshe Kochavi sostiene que la arqueología

“presenta un cuadro radicalmente diferente al de la épica de la conquista en la Biblia. Demuestra que la desaparición de la cultura cananea y el asentamiento y arraigo de Israel en su tierra no es un solo evento histórico, sino que se trata de un complejo proceso histórico que duró más de doscientos años, entre los siglos XIII y XI antes de la época común.”

En otras palabras, la mayoría de los estudiosos están ahora convencidos de que no hubo conquista de Canaán ni aniquilación de las poblaciones indígenas, sino, más bien, que la población local experimentó un proceso gradual de transformación.

Sí este es el caso, entonces, la narrativa acerca de los “doce espías” enviados por Moisés, de acuerdo con lo narrado en el capítulo 13 del libro de Números, no es un registro histórico real.

El que el valor histórico del capítulo 13 de Números sea dudoso no está insinuado solamente por las investigaciones externas, sino que está fundamentado por las propias fuentes bíblicas.

De hecho, hay tres versiones de esta historia en el TaNaKh, cada una difiere significativamente de la otra.

Como dice Philip R. Davies, quien fue director del Centro para el Estudio de los Rollos del Mar Muerto: “esto no es anormal.”

 

El Israel bíblico es producto de una combinación y negociación de memorias culturales, de reclamo de identidad, y no un dato histórico.

Los argumentos de la investigación moderna, sin ser concluyentes, son de gran ayuda. La perspectiva teológica concuerda con ellos.  Es inconcebible que el Dios de Israel pidiera la destrucción de una sola vida, y más aún la destrucción de naciones enteras, incluyendo niños inocentes.

Desde una perspectiva moral, es igualmente inconcebible que los “hijos de Israel” estuvieran intoxicados con una agresividad como la del Estado Islámico, y que hallan estado impulsados a cometer atrocidades inimaginables. O, que padecieran de una indiferencia por la suerte de poblaciones inocentes, tal como lo demuestra Jamás en Gaza.

El actual Estado de Israel refleja lo que probablemente sucedió en los comienzos de Israel en la Tierra Prometida. Después de cientos de años de exilio, nuevas generaciones, retornaron, poco a poco a la tierra de sus antepasados. No lo hicieron como una sola entidad de conquistadores extranjeros, sino como individuos y grupos que poco a poco transformaron la tierra de manera que permitiera la realización de una humanidad en busca de su potencial.

Las narrativas bíblicas apuntan a un proceso transformativo, que muy posiblemente, al igual que hoy, incluyó sangrientas confrontaciones localizadas entre una cultura que glorifica la muerte y la cultura de Israel, con su visión optimista e inquietud por la vida.